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Extensión
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1 foja
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Resumen
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En Semana Santa, el texto reflexiona sobre las distintas formas de conmemorar y experimentar los días santos, desde el apego a las tradiciones familiares hasta el contraste con las obligaciones profesionales. Narra vivencias en París y Madrid, revelando también observaciones sobre la cultura y la política en estos contextos..
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Tipo
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Artículo periodístico
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Clasificación
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UAMC.MAGC.01
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Sububicacion
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Sobre
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Texto completo
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fOR MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Es posible, y hasta obligado, deponer el
ánimo examinador, crítito, descontentadizo o conformista con que solemos asomarnos a los días que corren, cuando los que
llegan son como estos, dedicados por la tradición y la liturgia a recordar la Pasión y
Muerte de Jesucristo. Santos días, o divertidas jornadas, propicias a la reflexión religiosa, al recogimiento laico o a la milonga,
según educaciones y valores lo determinen,
son más apropiados para intentar el trazo
de alguna estampa, cuyas cojeras serán perdonadas al socaire del espíritu que estos
días, de una forma u otra, en crisis o sin
ella, está aquí.
l.- La parvada infantil, dirigida ese Viernes Santo, como en los días iniciales de sus
vidas por esa guía múltiple que era la
madre, se desparramaba por el bosque. Se
llegaba a él en añejísimos autobuses, "trastobuses" los denominaba la crónica local. No era hazaña menor el abordarlos. Entre la ciudad y el pueblecillo al que aledaño crecía El Hiloche, mediaban unos pocos kilómetros pero de carretera sinuosa y empinada. El ascenso, como entre piafantes caballos, ofrecía siempre el riesgo de que no pudiera más el fatigado motor del vehículo a menudo y sobre todo en esos días
sobrecargado, dejara de funcionar y lo hicieran también los frenos, y se iniciara un pavoroso, al principio lento regresar, hasta que la habilidad de los
choferes permitía detener la marcha recargado en el talud, y apuntalada la
arcaica unidad con piedras, hasta que la máquina echaba a andar de nuevo.
Al retornar, corriendo hacia abajo, el peligro era mayor. Lo recordaba plásticamente el sembradió de cruces, floridas en estas épocas, que marcaba aquí
y allá los puntos que habían sido fatales, los lugares donde colisiones siempre
previsibles pero inevitables dejaban un saldo de muerte.
El final de la aventura valía la pena de correrla. En Real del Monte, la
pequeña parvada y la guía hacían su pobre, regocijado aprovisionamiento:
ensalada de nopales rociada de orégano, adornada con rodajas de jitomate y
espolvoreamiento de queso fresco; Titán, Lulú o Jarritos del color más vistoso y humeantes tortillas, se agregaban a las latas de sardina Dolores que
venían con el grupo desde Pachuca, y el banquete estaba listo. Otros ha habido después en la vida. No fueron nunca mejores que los de aquellos Viernes·
en que la sabiduría materna permitía conciliar el duelo con el júbilo del esparcimiento familiar, tanto más paladeable cuanto más frugal.
2.- Con todo, fue difícil borrar los resabios de una superficial apego a
formas populares de religiosidad, que po_nían culpa en el ánimo si se mancillaba la santidad de esos días. Por eso, recuerda vivamente cuando pudo pasar por alto el tabú, la prohibición, nunca expresada, y parrandeó candorosamente toda una noche de Jueves a Viernes, mientras el culto ordena tener
en vilo el alma por la inminencia de. la Muerte y el cumplimiento de la
Traición.
El antiguo disfrutador de la sardina, trotabosques, se había convertido
en alelado descubridor de misterios y verdades, o sus apariencias, en la Universidad. Cordones umbilicales y austeridad lo hacía volver, las primeras Semanas Santas, al cobijo familiar. Aquella vez no. Había trabajo. Iniciando
una manía que se haría hábito profesional después, cuestionó el plan de estudios. El sabio director lo conminó a qué, si no le gustaba, lós reformara. Y se
formó la consabida comisión. Los tres delegados estudiantiles convinieron en
reunirse para aprovechar el asueto y trabajar en sus proposiciones, la tarde
del Jueves. Uno venía del mar Pacífico y hoy, entre libaciones que se interrumpen apenas para la tarea a que se obliga un jefe de redacción en un
diario capitalino (y espero que no para experimentar los estragos de la soledad), seguramente ya no recuerda ese lance. El tercer comisionado los invitó
a su casa, nada menos que en el Pedregal.
La sesión académica dejó pronto su lugar a la conversación sobre todas
las cosas, en el vasto salón de juegos en cuya barra recalaron finalmente.
Tragos y conversación, conversación y tragos marcaron sin saberlo el transcurso de la noche, que pausadamente, como corresponde a la fecha, los envolvió hasta que los primeros albores la hicieron alejarse. Cuando eso
ocurrió, el tabú estuvo roto y el plan de estudios permaneció intacto, la resaca fue benévola, y a mitigar S}IS efectos contribuyó una atinada, reconfortante visita al mercado de San Angel.
3.- Ya en pleno trasiego profesional, los días santos no son impedimento
para.el trabajo, o al menos para viajar hacia donde la tarea ha de cumplirse.
De suerte que, un domingo de Ramos, en París donde como otras veces
perseguía una ilusión que por lo mismo era inasible, decidió vivir la experiencia de la Pascua en Notre Dame.
El'suave viento abrileño bendecía la plaza Juan XXIII, a la espalda del
magno templo. Antes de entrar, había hecho el breve recorrido desde la calle
Bonaparte, junto a la escuela de Bellas Artes y practicado una escala en Shakespeare and Co., la librería de viejo, atiborrada de polvosos legajos, no Decesariamente más interesantes que los apiñados en las alacenas de los buquinistas.
Luego, la Misa de Resurrección. Sólo caminar bajo las enormes bóvedas
de la catedral permitía comprender por qué Francia se ufanaba de ser "la hija mayor de la Iglesia". De allí habían llegado a México, quince años antes,
los primeros vientos renovadores de un cristianismo que se había acedado
hasta oler mal. Informaciones católicas internacionales, cuya traducción
hacían posible Gaspar Elizondo y Gabriel Zaid, y que tanto marcó a la
nue.va cristiandad mexicana de principios de los sesentas (cuando empezó a
reinar el Papa bueno cuya memoria queda en este florido jardín trasero de
Nuestra Señora), se editaba originalmente· allí, en la capital francesa, una
porción de cuyos habitantes estaba ahora aquí, jubilosa por el Vencimiento
de la Muerte en que creía, cantando el Triunfo de la Vida, dando fraternalmente la paz a todos los presentes, incluido aquel que con deformación literaria no podía dejar de evocar a Leon Bloy, en sus desgarraduras, en las
quemaduras de su alma.
4.- Narremos, en fin, lo ocurrido ese Jueves Santo en que aterido vivió
una elemental lección de geografía española. En Madrid, había tenido ocasión de hablar larga y nutritivamente con don Enrique Tierno Galván, en
una conversación cuyo resultado periodístico apareció aquí, en Siempre!,
quién sabe cuantos años hace, en otro abril como el que ahora se inicia.
Luego, en plena Semana Santa, ni pensar en ir a Sevilla, pletórica de turistas
afanosos por contar cómo habían conseguido indulgencias de tan anómala
manera.
El Jueves, en un Madrid que se derretía de un anticipado verano, y del
que sus habitantes habían huido, sin ser reemplazados por completo por
viajeros como el que deambulaba sin rumbo fijo, éste discurrió poner a
prueba su buena suerte. Leyó tal vez en El país, que Suárez a la sazón p_rimer
ministro, o presidente del Gobierno, pasaba sus vacaciones en su uatal Avila.
Y cómo se describía en la información la campechana forma en que se
mezclaba con sus coterráneos en estas jornadas, el probador de su suerte
entró en la estación de Atocha, tomó pasaje para la ciudad de Santa Teresa y
en las mangas de camisa a que obligaba la torridez madrileña, empezó, sin
saberlo, a acercarse a la sierr~ de Guadarrama.
Algo debieron decirle, pero no se lo dijeron, los paseantes que atestaban el tren incomodándose entre sí con sus !,argos patines. Sólo supo que el sitio donde los emplearían estaba allí, como Avila, a tiro de piedra. Cuando el
tren se detuvo en la ciudad amurallada, el viento helado fue por entero
explícito. Aunque los lejanos fríos pachuqueños hubieran en su momento
entrenado su cuerpo para soportar con alguna galanura bajas temperaturas,
la que ahora padecía era un exceso. Naturalmente, echó a andar en busca de
una tienda dónde comprar ropa de abrigo. Pero nada en Jueves Santo estaba
abierto, como no fueran los lugares para comer y beber.
Al fin y al cabo había llegado hasta allí, todavía conservó la gana de hacer algunas averiguaciones. Parece que hasta un diario tan serio y responsable como El país sufre a veces equivocaciones. Suárez no había regresa~o
esa vez al solar nativo, sino que se fue a la playa. Por lo tanto, la abundanc1a
de cafés cortados en el principal reunidero del pueblo fue coronada al
mediodía por un lechón al modo de Segovia y un Rioja que preparó el alma y
el cuerpo para volver a la calidez madrileña.
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Materia
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Reflexión religiosa
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Semana Santa
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Trabajo y festividades
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Experiencias en París
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Madrid y Avila
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Desafíos del viaje
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Cultura cristiana
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Gastronomía española
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Contradicciones políticas
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Persona o institución mencionada
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Gaspar Elizondo
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Gabriel Zaid
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Enrique Tierno Galván
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Adolfo Suárez
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El País