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Extensión
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2 fojas
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Resumen
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Columna La Calle que recuerda a Alfonso Méndez Plancarte por sus cien años de vida, sus padres fueron el abogado Perfecto Méndez Padilla y doña María Plancarte Igartúa, es explicable que su hermano mayor Gabriel no lo indujera sólo a abrazar la carrera sacerdotal, sino también a estudiarla poniendo énfasis en la cultura griega y latina, en que ambos sobresaldrían, tras graduarse los dos en la Universidad gregoriana de Romay en la Pontificia Universidad Mexicana en Italia, en los tiempos en que el tratado de Letrán reconoció personalidad jurídica al Vaticano, al volver a México enseñaba en el seminario de la arquidiócesis capitalina y más tarde en el de su tierra natal..
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Tipo
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Artículo periodístico.
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Clasificación
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UAMC.MAGC.01
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Sububicacion
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Sobre
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Texto completo
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La calle
para el miércoles dos de septiembre de 2009
Diario de un espectador
Alfonso Méndez Plancarte
por migue! ángel granados chapa
Hoy hubiera cumplido cien años don Alfonso Méndez Plancarte, pero su vida se
apagó tempranamente, antes de cumplir medio siglo. Nacido en Zamora el dos de
septiembre de 1909, sus padres fueron el abogado Perfecto Méndez Padilla y doña María
Plancarte Igartúa. Es explicable que su hermano mayor Gabriel no lo indujera sólo a
abrazar la carrera sacerdotal, sino también a estudiarla poniendo énfasis en la cultura
griega y latina, en que ambos sobresaldrían.
Tras graduarse los dos en la Universidad gregoriana de Roma y en la Pontificia
universidad mexicana, también situada en la capital de Italia, en los tiempos en que el
tratado de Letrán reconoció personalidad jurídica al Vaticano, los Méndez Plancarte se
instalaron en una casa de la colonia Santa María, que al paso de los años se convirtió en
sede de una tertulia dominical que convocaba a algunos de los grandes humanistas de
México, escritores y poetas cuyos nombres han sustituido al bautizo botánico de aquella
colonia. En vez de Pino, Cedro, Chopo, las calles de ese barrio se llaman hoy, por
ejemplo, Mariano Azuela y Enrique González Martínez, por sólo citar a los más
eminentes contertulios de los Méndez Plancarte.
Estos sacerdotes, que encamaban una tradición venida a menos (la de los hombres de
altar que también lo eran de letras) patrocinaban la revista Abside, que dio a la estampa
algunos de los trabajos señeros de la cultura mexicana Gabriel era sobre todo poeta,
dicen los conocedores que valorado muy por debajo de sus merecimientos. Alfonso, por
su parte, se consagró a la crítica y a la historia de la literatura. Al volver a México
enseñaba en el seminario de la arquidiócesis capitalina y más tarde en el de su tierra
natal. Pero en 1937 perdió la voz. Sin que se sepa exactamente por qué - lo que dio lugar
a interpretaciones místicas, como su deseo insatisfecho de expresar lo inefable, lo que no
puede decirse- se quedó mudo o poco menos.
De ese infortunio sacó provecho, pues en vez de dedicarse a la cátedra y a la
conversación, se aplicó a la lectura, la investigación, las traducciones. Se hizo
especialmente célebre su vasto conocimiento de la vida y obra de sor Juana Inés de la
Cruz, a la que ponía como ejemplo de cómo la Iglesia católica puede vivificar la cultura
y no sofocarla como reza el credo jacobino.
Don Tarcisio Herrera Zapién, sacerdote y académico de la lengua, como lo fueron los
Méndez Plancarte, refirió el jueves pasado, en un agudo discurso celebratorio del
centenario de Alfonso, su querella sorjuaniana con Ermilo Abreu Gómez. Al editar en
cuatrocientas páginas su repertorio sobre la mona jerónima, el escritor yucateco se
gloriaba de su conocimiento sobre aquel portento de las letras mexicanas. En diez
artículos que luego fueron reunidos en un libro, Méndez Plancarte no dejó hueso sano a
la bibliografía y biblioteca de sor Juana, según el jolgorioso juicio de don Tarcisio. Con
elegancia y buena fe Abre Gómez reconoció sus confusiones y omisiones. Lo hizo en
una carta de tal modo noble, que fue incluida en la edición del demoledor examen de su
propia obra. A raíz de esa discusión pública, el Fondo de cultura económica, que se
aprestaba a publicar las obras completas de Juana Inés de Asbaje, encargó su edición a
don Alfonso. Los volúmenes así publicados siguen siendo hoy, a casi setenta años de su
aparición, fuente obligada para la comprensión de la obra sorjuanina.
Don Alfonso murió súbita pero serenamente el 8 de febrero de 1955. Participaba en
unos ejercicios espirituales con otros sacerdotes cuando se sintió mal. En solo dos horas
su vida se extinguió, no sin bromear con sus compañeros, a quienes habría dicho que la
prédica sobre la muerte que habían escuchado se completaría teniendo allí a un muertito.
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Materia
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La Calle, diario de un espectador
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Persona o institución mencionada
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Alfonso Méndez Plancarte