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Otra nota episcopal : esta se refiere a don.
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Clasificación
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UAMC.MAGC.01
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Sobre
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Texto completo
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F laza pública
para la edición del 14 de junio de 1995
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Nuevo arzobispo
Miguel Ángel Granados Chapa
·Signo del relevo generacional en la Iglesia católica
en México: don Norberto Rivera Carreras, el nuevo
arzobispo primado en nuestro país nació en 1942, el
mismo año en que el cardenal don ·Ernesto Corripio
Ahumada, a quien sustituye, fue ordenado sacerdote.
Pero su nombramiento implica una señal más importante
aún: refleja el poder del embajador del Vaticano, don
Jerónimo Prigione, que muchos creímos menguante.
'
En efecto, la breve carrera del nuevo arzobispo en el
gobierno eclesiástico está directamente vinculada al
Nuncio Apostólico, cuya larga permanencia en México
le ha permitido modelar un Episcopado, si bien no a su
imagen y semejanza, sí acorde con su propia idea de la
política, tanto la de tejas arriba como la de tejas abajo.
Por esa razón, a diferencia de lo que ocurrió en
ocasiones precedentes, no ha sido promovido al mando
de la principal arquidiócesis de México un prelado
proveniente de otras circunsc~ipciones de esa categoría,
sino álguien relativamente nuevo en el orden episcopal.
Monseñor Rivera Carreras llegó a ser obispo, de
Tehuacán, hace apenas diez años. Su diócesis no cuenta
entre las más significativas de la república, ni por su
extensión, ni por los centros de devoción que
comprende, ni por la piedad de sus feligreses, ni por la
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tradición o la modernidad de sus prácticas. De modo que
su experiencia corno autoridad no lo ha calificado
especialmente para el nuevo cargo.
Muy otro fue el caso de sus dos antecesores
inmediatos, que fueron ungidos primados corno
coronación de una fecunda y vasta carrera eclesiástica.
La biografia de don Miguel Darío Miranda y Górnez,
que rigió a la arquidiócesis capitalina durante 19 años
(de 1956 a 1977) incluía su participación en el conflicto
religioso de los años veinte. Obispo de Tulancingo desde
193 8 a 1956, eri este último año se le designó auxiliar de
la arquidiócesis gobernada entonces por don Luis María
Martínez, que de ese modo preparó su propia sucesión.
Afectado ya por la reforma canónica que impuso la
rer:uncia de los obispos al cumplir 7 5 años, el señor
l\firanda y Górnez, nombrado cardenal en 1969, se retiró
en 1977 (y. sobrevivió hasta 1986). Lo reemplazó el
arzobispo de Puebla, Corripio Ahumada, quien no sólo
había gobernado esa importante arquidiócesis (si bien
por breve tiempo) sino también la de Oaxaca y había
sido obispo de su natal Tarhpico (en una de cuyas
escuelas primarias fue condiscípulo de Jesús Reyes
Heroles, c9n quien ~oincidiría después, secretario de
Gobernación este último, en la vida pública nacional).
Cuando el delegado apostólico · entonces, señor
Prigione, vino a México, se encontró ya con la sólida
presencia y autoridad del cardenal, elevado a esa
dignidad en 1979. Desde siempre, sus visiones sobre el
papel de la Iglesia en nuestro país, y sobre las relaciones
de la jerarquía eclesiástica con el gobierno los separaron,
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aJ grado de que disputaron por obtener el primer registro
a una asociación religiosa, una vez que el Estado
reconoció personalidad jurídica a las corporaciones
religiosas denominadas iglesias. Sacerdotes como don
Antonio Roqueñí y don Enrique González Torres, en
cuyo buen juicio descansó el cardenal especialmente en
los años postreros de su gobierno, entraron en franca
colisión con el Nuncio, en una demostración de la
querella entre éste y el cardenal, que por su propia
naturaleza no podían hacer explícita ninguno de ellos.
. La renuencia del señor Corripio Ahumada a que el
embajador vaticano se convirtiera en el jefe de la Iglesia
mexicana fue uno de los n1otivos de este diferendo, que
explica a su vez la velocidad con que el papa Juan Pablo
II aceptó la dimisión del cardenal. Igualmente, el
prolongado lapso, de casi un año, que transcurrió desde
ese momento hasta la designación del nuevo arzobispo,
refleja la intensidad del esfuerzo desplegado por el
representante del Papa para que prosperara su candidato.
· Arzobispos y obispos dotados de una personalidad
muy acusada, y dueños de una experiencia gubernativa
de gran utilidad hubieran podido suceder al cardenal
Corripio Ahumada. Es, señaladamente, el caso del
card~nal
Adolfo
Suárez,
cuya
arquidiócesis
regiomontana es tan importante, que posee el capelo
púrpura y presidió la Conferencia Episcopal. Pero don
Rosendo Huesca, de Puebla, o el actual presidente del
Episcopado, don Sergio Obeso, de Jalapa, habrían estado
también en condiciones de ocupar el trono que fue de
don Juan de Zumárraga. Su carrera episcopal, sin
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embargo, comenzó al margen de la influencia del
Nuncio. No así la del hasta ahora obispo de Tehuacán.
· Nacido en un pequeño poblado de Durango, hace 53
años, el nuevo arzobispo primado de México siguió una
trayectoria cuyo santo y seña han sido la ortodoxia
dogmática y la administrativa. En ejercicio de ellas se
ocupó de clausurar un seminario que en su diócesis
servía a las del sureste, y que había sido calificado de
radical por el clero conservador. No fue casual, por eso,
que después se le confiara una misión inspectora de los
establecimientos de formación de religiosos, a fin de
verificar la pureza de la doctrina que imparten.
Hombre sencillo, que prefiere viajar en autobús y en
Metro, enfrentará el terrible desafio de una aglomeración
urbana que, salvo excepciones, vive un catolicismo
ritual, de dientes para afuera y cuyas tragedias cotidianas
reclaman el auxilio de una espiritualidad que subraye lo
perenne sobre lo contingente.
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Miércoles 14 de junio de 1995, REFORMA
PLAZA PúBLICA
MIGUEL ANGEL GR.A.NA.DOS CBA.PA
Nuevo arzobispo
Hombre sencillo, que prefiere viajar en autobús
y en Metro, enfrentará el terrible desafío de una
aglomeración urbana que, salvo excepciones, vive un catolicismo ritual, de dientes para afuera y
cuyas tragedias cotidianas reclaman el auxilio de
una espiritualidad que subraye lo perenne sobre
lo contingente.
SIGNO DEL RELEVO GENERAOONAL EN lA IGLESIA
católica en México: don Norberto Rivera Carreras, el nuevo arzobispo primado en nuestro país nació en 1942, el mismo año en que
el cardenal don Ernesto Corripio Ahumada,
a quien sustituye, fue ordenado sacerdote.
Pero su nombramiento implica una señal
más importante aún: refleja el poder del embajador del Vaticano, don Jerónimo Prigione, que muchos creímos menguante.
En efecto, la breve carrera del nuevo arzobispo en el gobierno eclesiástico está directamente vinculada al Nuncio Apostólico,
cuya larga permanencia en México le ha
permitido modelar un Episcopado, si bien no
a su imagen y semejanza, sí acorde con su
propia idea de la política, tanto la de tejas
arriba como la de tejas abajo. Por esa razón,
a diferencia de lo que ocurrió en ocasiones
precedentes, no ha sido promovido al mando de la principal arquidiócesis de México
un prelado proveniente de otras circunscripciones de esa categoría, sino alguien relativamente nuevo en el orden episcopal.
Monseñor Rivera Carreras llegó a ser
obispo, de Tehuacán, hace apenas diez
años. Su diócesis no cuenta entre las más
significativas de la república, ni por su extensión, ni por los centros de devoción que
comprende, ni por la piedad de sus feligreses, ni por la tradición o la modernidad de
sus prácticas. De modo que su experiencia
como autoridad no lo ha calificado especialmente para el nuevo cargo.
Muy otro fue el caso de sus dos antecesores inmediatos, que fueron ungidos primados como coronación de una fecunda y vasta carrera eclesiástica. La biografía de don
Miguel Darío Miranda y Gómez, que rigió a
la arquidiócesis capitalina durante 19 años
(de 1956 a 1977)incluíasuparticipaciónen
el conflicto religioso de los años veinte. Obispo de Tulancingo desde 1938 a 1956, en este último año se le designó auxiliar de la arquidiócesis gobernada entonces por don
Luis María Martínez, que de ese modo preparó su propia sucesión.
Afectado ya por la reforma canónica que
impuso la renuncia de los obispos al cumplir
75 años, el señor Miranda y Gómez, nombrado cardenal en 1969, se retiró en 1977
(y sobrevivió hasta 1986). Lo reemplazó el
arzobispo de Puebla, Corripio Ahumada,
quien no sólo había gobernado esa importante arquidiócesis (si bien por breve tiempo) sino también la de Oaxaca y había sido
obispo de su natal Tampico (en una de cuyas escuelas primarias fue condiscípulo de
Jesús Reyes Heroles, con quien coincidiría
después, secretario de Gobernación este último, en la vida pública nacional).
Cuando el delegado apostólico entonces,
señor Prigione, vino a México, se encontró
ya con la sólida presencia y autoridad del
cardenal, elevado a esa dignidad en 1979.
Desde siempre, sus visiones sobre el papel
de la Iglesia en nuestro país, y sobre las relaciones de la jerarquía eclesiástica con el
gobierno los separaron, al grado de que disputaron por obtener el primer registro a una
asociación religiosa, una vez que el Estado
reconoció personalidad jurídica a las corporaciones religiosas denominadas iglesias.
Sacerdotes como don Antonio Roqueñí y don
Enrique González Torres, en cuyo buen juicio descansó el cardenal especialmente en
los años postreros de su gobierno, entraron
en franca colisión con el Nuncio, en una demostración de la querella entre éste y el cardenal, que por su propia naturaleza no podían hacer explícita ninguno de ellos.
La renuencia del señor Corripio Ahumada
a que el embajador vaticano se convirtiera en
Su nombramiento implica una
señal más importante aún: refleja el poder del embajador del Vaticano, don Jerónimo Prigione,
que muchos creímos menguante.
el jefe de la Iglesia mexicana fue uno de lo
motivos de este diferendo, que explica a su vez
la velocidad con que el papa Juan Pablo 11
aceptó la dimisión del cardenal. Igualmente,
el prolongado lapso, de casi un año, que transcurrió desde ese momento hasta la designación del nuevo arzobispo, refleja la intensidad
del esfuerzo desplegado por el representante
del Papa para que prosperara su candidato.
Arzobispos y obispos dotados de una personalidad muy acusada, y dueños de una experiencia gubernativa de gran utilidad hubieran podido suceder al cardenal Corripio
Ahumada. Es, señaladamente, el caso de
cardenal Adolfo Suárez, cuya arquidiócesis
regiomontana es tan importante, que posee
el capelo púrpura y presidió la Conferenci
Episcopal. Pero don Rosendo Huesca, de
Puebla, o el actual presidente del Episcopado, don Sergio Obeso, de Jalapa, habrían estado también en condiciones de ocupar el
trono que fue de don Juan de Zumárraga
Su carrera episcopal, sin embargo, comenzó al margen de la influencia del Nuncio. No
así la del hasta ahora obispo de Tehuacán.
Nacido en un pequeño poblado de Durango, hace 53 años, el nuevo arzobispo primado de México siguió una trayectoria cuyo
santo y seña han sido la ortodoxia dogmática y la administrativa. En ejercicio de ellas
se ocupó de clausurar un seminario que en
su diócesis servía a las del sureste, y que había sido calificado de radical por el clero
conservador. No fue casual, por eso, que
después se le confiara una misión inspectora de los establecimientos de formación de
religiosos, a fin de verificar la pureza de la
doctrina que imparten.
Hombre sencillo, que prefiere viajar en
autobús y en Metro, enfrentará el terrible
desafío de una aglomeración urbana que,
salvo excepciones, vive un catolicismo ritual, de dientes para afuera y cuyas tragedias cotidianas reclaman el auxilio de una
espiritUalidad que subraye lo perenne sobre
lo contingente.
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CAJÓN DE S ASTRE
tra nota episcopal: esta se refiere a don
Samuel Ruiz, el activo obispo de San
O
Cristóbal de las Casas, que apenas el domingo asistió a la conclusión de la tercera fase
de las conversaciones de San Andrés, y a esta hora del miércoles está llegando a Alemania. Estará en Hamburgo, y luego viajará
a España, donde participará en actos litúrgicos y académicos. Entre otras sedes de
esas reuniones, cuenta de modo sobresaliente la catedral de Santiago de Compostela. A pesar de las reticencias a su mediación en el conflicto de Chiapas, si no fuera
por su participación, no habría cita para el
próximo 4 de julio.